Sufrir la vida

“Las pasiones humanas son un misterio: quienes se dejan arrastrar por ellas no pueden explicárselas y quienes no las han vivido no pueden comprenderlas. Hay seres humanos que se juegan la vida por subir a una montaña. Nadie, ni siquiera ellos, pueden explicar realmente por qué…”

Así, sin temblarle demasiado el pulso comienza Juanjo San Sebastián (parafraseando a Michael Ende) su libro “Cita con la cumbre”.
En sus hojas narra, con tremenda sensibilidad, esa que se tiene tras perder ocho dedos de las manos por congelación, y un eslabón más importante: su compañero de cordada, la dramática historia ocurrida en 1994 que vivieron el fallecido por agotamiento Atxo Apellániz y él en el K2.
Lejos de querer compararnos con alpinistas de este calibre, recojo una reflexión que el propio Juanjo plasma en su libro, y que explica muy bien, dando quizás respuesta a la incógnita que va detrás de aventuras tales como ir a las montañas: Sufrir la vida.

“Hoy creo que aquellos sucesos me enseñaron también que el dolor, el sufrimiento, no es la vida, pero forma parte inseparable de ella, que la vida es una resultante de la tensión entre dos polos opuestos, de fuerzas que tiran en sentido contrario, una resultante que no siempre alcanza un equilibrio estable.
Así y de muchas otras maneras que experimenté después, aprendí que, salvo que uno elija la regularidad de la línea recta, la uniformidad de las configuraciones planas, la ausencia de emociones, no es posible pretender disfrutar la vida sin estar dispuesto a sufrir.
Dicho de otra manera: todas las cosas que nos hacen disfrutar en plenitud, pueden hacernos sufrir enormemente, no podemos pretender disfrutar sin estar dispuestos a sufrir proporcionalmente. Así es el amor, la pasión, por las montañas o por lo que sea, así es la vida.”

Nosotros, que sabemos más bien poco, vamos a escuchar a este sabio y, por si acaso, a exprimir la vida mientras el cuerpo aguante. Así, por lo menos, aprenderemos algo.
Aprenderemos que hace falta ser valiente para intentarlo, pero que hay que tener cojones para luchar, sufrir y acabar con 58km de recorrido y con 3700m ascendiendo hacia el cielo.

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Que se puede caminar entre la ventisca y salir de una situación delicada, pero sobre todo a entender cuando es mejor darse la vuelta.

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Que el cuerpo es vago, y que siempre puede dar un poquito más de lo que te quiere hacer creer.

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Aprenderemos que se puede bailar en la oscuridad.

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Y que hay que aferrarse con la fuerza del que sabe que algún día caerá. Aferrarse a la roca, a la cuerda… o a la vida.

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¡Nos vemos!

Pura Vida.

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