“Si buscabas el momento oportuno… era ese.”
Y es que a veces nos pasamos la vida esperando el momento que creemos adecuado, cuando la mayoría de las veces, el momento perfecto no existe. Y si existe, siempre es ahora. Para qué esperar.
Después de tropecientos meses sin poder coincidir en espacio y tiempo, Alberto y un servidor, David, ponemos rumbo a Peña Rueba para hacer, si se deja, Edu Roche.
Un 6b+ de grado está por encima de mis posibilidades (bastante por encima) pero ir con Alberto da tranquilidad. Hará los largos duros y yo haré lo que pueda. Supongo que uno nunca se ve preparado para superarse, así que a veces hay que limitarse a hacerlo, a intentarlo; y que salga el Sol por donde quiera.
Primeros dos largos, que empalmamos. Una preciosa tirada de 6a+. Alberto a los mandos. Flota.
Me toca. Sin peso en la mochila, estoy casi convencido que también hubiera tenido que parar a descansar y/o acerar; el caso es que no se qué narices hemos metido ahí, pero se me hace especialmente duro.
Tras empalmar los largos tres y cuatro, que son un mero trámite en la vía, vamos a por el largo número cinco.
Subo de primero, tranquilo, pero pensando cómo ir superando las típicas panzas que se mantienen ininterrumpidamente a lo largo de la vía. Monto la reunión y aseguro a Alberto. Él mismo corrobora que sí, la mochila pesa. Mis brazos empiezan a quejarse.
Largo seis para mi compañero de cordada. Una panza bastante interesante al comienzo le da el grado de 6a. Intento copiar los mismos movimientos que él; consigo salir, pero siempre ha habido clases.
Llego a la reunión, nuestros ojos apuntan al cielo, mirando el largo clave de la vía. La pinta es terrorífica, brutal y estética a partes iguales. “Ahí vamos a pillar cacho seguro.” –le digo entre risa (supongo que nerviosa) a Alberto.
Pero antes hay que llegar ahí. Largo número siete para mí, que encadeno buscando bastante los pasos, pues tiene su miga. Llego a la reunión, más tostado que las almendras que llevo en la mochila, y con la patata latiendo con fuerza. El ambiente y el patio son brutales. Colgado, literalmente, aseguro a Alberto con el diedro del siguiente largo sobre mi cabeza y un porrón de metros bajo mis pies.
Y llega el momento, el aquí y ahora: El largo clave. Primera parte de 6a que supera sin dificultad. Justo antes de perderle de vista, veo que se piensa el paso, lo intenta, baja a reposar, vuelve a intentarlo, y así tres veces. Hasta que su cabeza dice: “Venga, decisión.”, y lo saca; así de fácil. Monta reunión y… me toca.
Hacía mucho que no me sentía tan fatigado muscularmente, los antebrazos no dan, mis dedos se agarrotan, estoy fundido. Subo como puedo, arrastrándome por la roca y preguntándome cómo narices ha pasado Alberto con esa soltura por ahí.
Apenas tengo fuerza para pulsar el botón de la GoPro, pero supongo que esa cabezonería que tenemos todos los que hacemos algo de deporte, hace que quiera abrir el siguiente y último largo, fácil, hasta la cima del mallo La Mora.
Y ahí arriba, nos abrazamos, por la espectacular vía que acabamos de subir, y porque repetir días así está al alcance de nuestras manos.
Nos leemos en la próxima.
Montaña y pura vida.
David.