Memorias de viaje: Islas Lofoten (III)

Es hora de abandonar la comodidad. Dejar de lado a esa mala compañera, que no hace más que querer que la confundamos con la felicidad.

A pesar del frío, la lluvia y el viento que predomina en las Lofoten, decidimos aprender algo más sobre la cultura vikinga, visitando un curioso museo del pueblo escandinavo.

Creo que a ninguno de nosotros nos llama en exceso este tipo de turismo, pero hay que reconocer que de vez en cuando, y solo para descansar el cuerpo, no está nada mal.

Tras reponer fuerzas a base de calorías en Fredvang, Marcos y Revu salen a correr por las montañas próximas de la zona, contemplando una puesta de sol que únicamente la pueden disfrutar aquellos que están dispuestos a sudar y luchar por subir metros apuntando hacia el cielo.

Ari y yo decidimos pasear por la playa, recorriéndola de punta a punta. Mientras, vemos la silueta de nuestros amigos en el filo de la montaña que nace desde nuestra playa.

Lofoten tiene estas cosas: contrastes.

Anochece.  Las baterías del día, y las nuestras, tienen que recargarse para lo que queda por venir.

La playa de Horseid es nuestro objetivo. Y es que el tiempo y demás factores nos había hecho retrasar algo que era inevitable: visitar este fantástico lugar. Un ferry desde Reine hasta un pueblo con nombre impronunciable nos deja en el comienzo del sendero.

Dos intensas horas de puro barro, agua, vegetación y paredes verticales por todos sitios hace que me sienta en otro mundo.

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A cota cero, la arena hace acto de presencia, junto con curiosas plantas que dibujan un círculo en el suelo; hasta que por fin el agua salada indica que ya no hay que andar más.

Una vez allí, me repito una y otra vez que no puedo irme del Ártico sin darme un chapuzón en sus aguas.

No lo medito en exceso, así que corro con todas mis fuerzas y le digo al cerebro que el frío es psicológico. Como era de esperar, no funciona. Pero yo ya he “cumplido”.

Son las 19:30 y, con la tienda plantada en un lugar privilegiado, el sol empieza a descender trazando una diagonal hacia nuestra derecha. Sé a ciencia cierta que pocas veces en mi vida voy a poder disfrutar de un atardecer más espectacular que ese.

Y cuando la luz desaparece, el frío viene a recordarte dónde estás. Eso, y que la felicidad se acumula en pequeños instantes de tiempo, y que hay que estar rápido para aprovecharlos.

Cenamos, recogemos y nos metemos en la tienda tras un paseo por la playa observando cómo sube la marea.

Desde nuestros sacos, con el cielo totalmente despejado, un baile de luces verdes vuelve a aparecer. Es la segunda aurora boreal desde que estamos aquí.

Si la vida tiene algún tipo de sentido, cometido o misión, tiene que ser vivir momentos como este”. Dicta mi diario.

El viaje termina.

Queda un largo camino de vuelta. Miro hacia atrás, Horseid, Reine y las islas Lofoten dan paso a Tromso de nuevo. Y de aquí, Oslo, Barcelona y Zaragoza.

Desde mi esterilla, postrada en el suelo del aeropuerto noruego, recapitulo las sensaciones vividas durante once días inmerso en la naturaleza.

Ha sido una “expedición” única, que no hace más que reafirmarme en cómo quiero que sean mis futuros viajes: Quiero ir en busca de paisajes, pueblos, personas. De experiencias que me alimenten mucho tiempo después de haberlas vivido.

He cumplido un pequeño sueño. He viajado dónde quería y he podido ver lo que quería.

Y lo más curioso es que, cuando los recuerdos vuelvan a mí en busca de cobijo, empeñados en asomar la cabeza para ser revividos y no guardados en saco roto, no tendrán nada que ver con el nombre de los pueblos, las playas vistas o las montañas escaladas.

Lo que recordaré será la cara de Ari al ver por primera vez Reine, las risas que Marcos se empeñaba en arrancarnos cuando el cansancio hacía mella, o cuando Revu decidió que era buena idea andar por la playa cuando sube la marea.

Me acordaré de sus ojos desde lo alto de Svolvaer, cuando realmente se dieron cuenta de donde estaban. Y yo con ellos.

Lo único que recordaré serán las sensaciones. Los momentos en los que el bello de mi piel decidió empalmarse, debido a ese escalofrío que recorre tu cuerpo cuando acaba de respirar pura vida.

Nos leemos en la próxima, la cual ya estamos maquinando. Hasta entonces ya sabéis: momentos, y pura vida.

David.

«To see the world, things dangerous to come to,  

to see behind walls, draw closer,

to find each other and to feel.

That is the purpose of LIFE«

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(Parte II): Memorias de viaje: Islas Lofoten (II)

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