El pueblo está lleno de coches. La gente ha decidido ocupar su tiempo de ocio en beber cerveza y escuchar música en directo. No sé por qué narices no nos decantamos por ese plan. Quizás en otra vida. En ésta, ya es tarde para cambiar de rumbo; además, creo que me llena profundamente.
En La Sarra también hay coches. Bueno, más bien furgonetas. También gente, aunque con intenciones diferentes a las que tenía la de abajo. Eso sí, la cerveza siempre está presente. Debe ser algún tipo de binomio extraño, que hace que escalada y cerveza sean inseparables. Yo, por mi parte, no voy a oponerme a tal combinación.
Comienza a llover; así que rápidamente Revu y yo montamos la tienda mientras Marcos, con ayuda de Raúl, acondiciona su nueva furgoneta camperizada.
Unas migas acompañadas de una ensalada y cerveza (empiezo a pensar que el verdadero festival está aquí arriba) será el menú para la cena de este sábado, resguardados en un merendero, con nuestros frontales como única fuente de luz, y dos grupos más de montañeros completan el cóctel perfecto. Bueno, y melocotones, cortesía de Raúl, y míticos ya en este blog.
El reloj suena a las 5:30. Revu se levanta como un resorte, mientras yo sólo puedo reclamar los “5 minutos más” de rigor. Mis plegarias no son escuchadas y, tras un desayuno bajo en aporte energético y alto en azúcar (vamos, lo que es un desayuno de “gochos”) ponemos rumbo a los ibones de Arriel, en torno a las 6:30 de la mañana.
Podríamos poner la excusa del desayuno, pero probablemente ni los alimentos más sanos nos privarían de un ritmo marcado por las flatulencias constantes por parte del grupo. Supongo que se trata de otro binomio de esos chungos.
En apenas dos horas nos encontramos en los ibones, haciendo la primera parada para comer y beber algo. Las vistas no pueden ser mejores: picos de Arriel a la izquierda, el imponente Balaitus a la derecha (cuántos intentos nos costaste, amigo), y nuestro objetivo en el centro, Pico Palas.
Aquí decidimos hacer una de las nuestras: nos desviamos sin pretenderlo de la ruta que asciende de forma directa al pico, bordeando el ibón por nuestra izquierda, de tal forma que aparecemos en el collado que daría acceso, si descendiéramos, al refugio francés Arremoulit. Este “error” aumenta las cifras de la salida, haciéndola semicircular, permitiéndonos ver la otra vertiente, y pasar por las faldas del Pitón Von Martín, una vía de escalada que pasa directamente a mi lista de vías pendientes cuando sea mayor (ya puedo ponerme las pilas).
Ya en el camino apropiado, vamos en busca de la chimenea Ledormeur que, con sus 60 metros de desnivel y trepadas de no más de IIIº, nos deja, no sin esfuerzo, en la cresta final para alcanzar la cima, tras alguna que otra trepada sobre terreno descompuesto.
A 2974 metros, las vistas de esta cima en la que apenas caben cuatro personas, son espectaculares. El cuerpo, tras el reseñable empeño, queda dolorido y satisfecho a partes iguales. El alma, en cambio, tan sólo es capaz de sonreír por dentro, como si supiera que lo ha vuelto a lograr: respirar pura vida.
Una ascensión sanadora, en la que el buen humor y la compenetración tanto en ritmo como en decisiones, han marcado la diferencia entre subir, o no hacerlo. Trabajo en equipo.
Nos leemos en la próxima. Hasta entonces ya sabéis: cerveza, y pura vida.
David.