No tenemos muy claro qué hacer. Todavía queda nieve, pero hay que buscarla en altura. Además, estamos muy motivados con la escalada. Menuda decisión tan difícil… Ojalá todos los problemas de la vida fueran éstos.
Una reflexión nos lleva a decantarnos por un fin de semana de esquí de travesía: la roca siempre va a estar ahí, la nieve no.
Preparamos los bártulos y ponemos rumbo a La Sarra, para hacer noche en el refugio de Respomuso. El camino hasta el mismo está totalmente limpio, con lo que el porteo de todo el material (tablas y botas) se traduce en tres horas a ritmo tranquilo con una mochila pesada.
El valle está precioso. El verde aflora con fuerza, mientras que el blanco predomina en las altas cimas. Además, los barrancos bajan cargados de agua. Era de la primavera, como bien canta La M.O.D.A.
Asentados ya en el refugio, despedimos a una pareja de franceses que vuelven al punto de inicio, quedándonos únicamente Ari, yo y los guardas.
Todas noticias que nos dan son buenas: nieve próxima al refugio, centímetros de nieve polvo de las nevadas previas, y una meteo prometedora. Así que nos vamos a dormir con la ilusión de siempre. La de disfrutar al máximo en una montaña nueva para nosotros. ¿Cómo vas a repetir con tanto Pirineo por descubrir?
A las 8 de la mañana avanzamos dirección al barranco de Respomuso, compartiendo esos escasos metros de ascenso con la ruta al Balaitus (Balaitus 4.0|| Brecha Latour). En apenas veinte minutos nos desviamos a la izquierda y cogemos nieve. Es hora de calzar esquís por fin.
Las primeras zetas se hacen duras. Ganan en inclinación a medida que avanzamos, y hace que entremos en calor muy rápido.

Por encima de los 2.700 metros comprobamos los dedos de nieve que han caído y, conforme subimos, va aumentando ese espesor, hasta el punto de hundirnos por la rodilla.
Próximos a la canal, buscamos el mejor punto para pasar a crampones y enfilar en línea recta la parte más dura de la ascensión. Abriendo huella desde la salida del refugio alcanzamos la cima con un esfuerzo bastante reseñable en casi cuatro horas de trabajo.
A 3.060 metros de altura, vemos a nuestra derecha la arista que llevaría al Frondiellas NW, que descartamos por la cantidad de nieve que hay y por las nubes que amenazan con cerrarse cada vez más.

Tras un breve descanso disfrutando de las vertiginosas cimas que nos rodean, emprendemos los primeros ochenta metros de descenso con crampones hasta destrepar con cuidado la canal de la cara oeste. Una vez ahí, nos preparamos para uno de los descensos más inclinados y técnicos que hemos hecho hasta la fecha en nuestra corta experiencia en skimo (junto con el Feniás).
Las nubes tapan el Sol y cada vez están más bajas. Las nevadas anteriores y la escasa visibilidad hacen que no se aprecie demasiado bien el relieve de la montaña, poniendo a prueba nuestra capacidad para orientarnos, trazando el mejor y más seguro camino.
Ari toma las riendas y va marcando los giros, así que sólo tengo que seguir la huella. La nieve mejora a medida que descendemos, y las últimas palas hasta los pies del ibón de Arriel son una delicia. Bordeamos por la izquierda y vamos apurando la nieve hasta el ibón pequeño, donde una lengua de nieve nos permite apurar unos metros más. Aquí, descalzamos brevemente para caminar unos metros y volver a calzar en un nuevo nevero que nos dejará, por un antiguo alud, hasta la cota de 2000 metros.
Han sido casi mil metros de descenso, algo que no esperábamos y que nos saca una sonrisa de oreja a oreja.
Mientras recogemos el material y nos atamos las zapatillas, comienza a nevar. Ari y yo nos reímos. El cielo se ha tapado por completo y los copos caen sobre nuestro Goretex. Hemos sido capaces de añadir un nuevo tresmil a nuestra lista. Una montaña con un ascenso y descenso técnico superada con tranquilidad, seguridad y autonomía.
De vuelta a La Sarra, comienzan las preguntas de siempre: ¿Qué tocará hacer el siguiente fin de semana?, ¿será el momento de colgar los esquís?, ¿habrá que ir a nuestro querido valle para ascender un grande? Todavía queda tiempo para decidirlo. Todavía queda nieve. Pero sobre todo, todavía quedan ganas.
Nos leemos en la próxima.
Hasta entonces, ya sabéis: preguntas, y pura vida.
David.


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