He aquí mi desorden mental. Un intento absurdo de organizar en pocas líneas alguna de las miniaventuras que no se han recogido en este modesto blog, y que he realizado en los últimos meses.
A veces me gusta escribir, porque quiero que mis pensamientos se queden aquí, guardados. Como si de un cajón de sastre se tratase. Además, así puedo volver a revivir esas escaladas cuando la motivación escasea o el tiempo apremia. Recogidas en el cajón no pueden ser olvidadas.
No suelo recordar ni un dato técnico de ellas (ni dar mi opinión respecto a si es mejor hacer una cosa u otra), no me interesan demasiado, además considero que es algo bastante subjetivo. Soy tan malo que donde uno sube en una hora, a mi me cuesta tres. Donde unos suben en ensamble y en zapatillas, nosotros subimos asegurando cada metro y con el culo en isométrico.
Lo que yo hago aquí es vomitar mis sensaciones.
Me gusta pensar que alguien, de vez en cuando, abre este cajón y las lee. También me gusta creer que alguna vez, a alguna persona, de alguna manera, se le mueva algo por dentro al hacerlo. Y solo espero que no sea un retortijón, sino más bien un deseo irrefrenable de coger la mochila de montaña y salir allí afuera, donde están esas emociones que erizan la piel.
Lo bueno de contar como te sientes en cada escalada, es que estas contando la realidad, tal y como la vives. Y eso se acerca a la verdad más verdadera que cualquier numero graduador. Porque nunca vas a sentirte igual en una salida que en la anterior. Habrá días en los que un V+ sea un baile, y otros en los que tengas que tragarte tu ego, y colgarte. Y no pasa nada. Porque lo bueno de la escalada, del deporte, son las curas de humildad. Porque cuanto más avanzas, cuanto más sabes, más te das cuenta de lo que te queda por aprender.

Al grano, y es que desde que di mis primeros pasos en la escalada clásica (que a mi nivel viene a ser meter cuatro friends en quince metros), mis ojos siempre apuntaban a vías de ese estilo.
Quizás una de las más fáciles sea la Aguja Bachimaña. Cuando la escalamos, lo hicimos entrando por la variante equipada de Sendero Limite, para unirla con el Espolón Edu que recorre el filo hasta su cima. El entorno nos dejó tan buen sabor de boca, que ya tengo fichada alguna vía más “técnica” y de escalar por allí.
Pero si hablamos de escalada clásica, hay ciertas rutas que son obligatorias para cualquier intento de montañero como yo. Recorriendo el valle de Aisa, dirección al collado de la Garganta, nos intimida un Pico Aspe cuya arista, dicen, tiene forma de alas de un murciélago (mi imaginación es limitada y yo solo veo rocas grandes).
Llevaba tantos metros de desnivel en las piernas que la aproximación hasta comenzar la escalada se me hizo especialmente dura. Fatiga mental que arrastra y despierta a la fatiga física.
Me pareció tan bonita como me la habían descrito. Supongo que para la gente que busca escalar, se le hará insignificante (exceptuando para el largo de V, la hice en zapatillas); pero la progresión entre el filo, los ensambles, los rápeles intermedios, los pasos que asegurábamos y las reuniones que montábamos e improvisábamos fueron como una clase particular de técnicas de montañismo. Una arista que hay que recorrer sí o sí.
Decía que me encontraba fatigado por el desnivel, y es que unos días antes, había realizado con tres amigos una travesía circular entre Panticosa y Francia. Durante tres días recorrimos los senderos de Casa Piedra hasta Wallon y el Chalet Du Clot; el refugio de Oulettes para subir al Petit Vignemale; y la vuelta por Bujaruelo y el Puerto de Brazatos. Solo por ver la cara norte del Vignemale desde Gaube, y soñar con escalar en un futuro no muy lejano alguna de sus vías más sencillas, merece la pena el “paseo”.
Aparte de esto, también hubo tiempo para escalar vías más deportivas en lugares tan curiosos como la pared de Bones, en Arguis. Allí escalamos la Blue Velvet (V+/Ae), en unas placas de arenisca donde lo más importante es confiar en que tus pies no van a resbalar. Y la verdad es que no lo hacen. También es importante fabricarse una buena pedaleta porque los largos de arriba me parecieron cosa de extraterrestres.

O la vía Valle de Tena a la Peña Foratata, que viene a ser como un examen para ver cómo te desenvuelves en diferentes tipos de escalada: placas, canalizos, diedros, chimeneas… y un 6a+ de esos de “depende pa’ quién”.
Últimamente hemos merodeado por Riglos, y ya tengo alguna que otra marcada para poder decir que escalo donde los mayores. Pero eso será otra historia…
Hasta entonces, ya sabéis: Recuerdos, y pura vida.
David.




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