20 de noviembre. Últimos días de meteo amable antes de que empiece la nieve y el frío. Javi y un servidor dirigimos nuestros pasos y fuerzas hacia la vía José Antonio Sanz, a la que será nuestra segunda vía en los mallos grandes, tras el Espolón del Adamelo al Mallo Pisón.
Me gusta mucho leer sobre las vías que hago (y que no puedo hacer). Conocer la historia, quién la abrió y como lo hicieron, y más cuando se trata de un lugar tan mágico como Riglos.
Resulta que a esta vía le rodea una polémica sobre su reequipación y modificación de la vía original datada en el año 1971. Las críticas vienen, y escribo textualmente, por el exceso de parabolts y el cambio de la línea en gran parte del recorrido, perdiendo así la esencia y parte de la historia.
Mi opinión en este aspecto no vale un pescao, porque estoy a años luz de hacer vías «difíciles» y de compromiso, y se me escapa como la gente es capaz de pasearse por esas paredes sin apenas apretar. Pero la realidad es que si no es por este tipo de vías, sería incapaz de plantearme siquiera escalar en un lugar así. Así que, por mi parte, GRACIAS a los que equipan a metro porque nos permiten jugar a ser escaladores a los paquetes como yo, siempre y cuando los buenos de verdad sigan teniendo esos lugares de aventura donde sólo pueden ir ellos. Supongo que, una vez más, se trata de respeto.
Dicho esto, la vía me pareció increíble. Creo que pudimos sentir lo que es escalar en Riglos, desde el inicio hasta el final. Una continua vertical de canto y panzas que serpentean la pared buscando las pequeñas debilidades de la misma. En cuanto al grado, mantenido en 6a (excepto el último largo -L7-, más sencillo) con pasos en panza que le dan el «+». L3 y L6 serían los largos más difíciles.
Comienza Javi, L1 para calentar rápido con varios pasos interesantes a izquierdas cogiendo agujeros hasta llegar a la R.
L2 para mí, donde lo más duro es salir de la panza. Cogí unos planos que dije mamasita que no se me resbale la mano. Luego Javi me dijo que había más canto. Se ve que en ese largo iba con visión túnel y no los vi.
Javi abre L3 y, en mi caso, con la cuerda por arriba, reposando, bicicleteando y sacando manos altas, pude salir, pero el largo apretaba más que los dos anteriores.
En L4 cambia la tónica de la escalada, y progresa por un diedro-fisura donde fui bastante concentrado porque, aunque se sube bien, la roca parece menos segura y los parabolts quizá quieren alejar algo más (para los malos dos metros es lejos, ¿vale?).

Javi realiza la travesía a la derecha, que cruza con la vía Irene y la Paz, y después supera un corto muro vertical. Le dan V+, pero ninguno de los dos lo vimos por ningún lado. Para nosotros 6a, como los anteriores.
L6 lleva mi nombre. La primera parte sale bien, confiando siempre en que si hay dos manos regulares seguidas, la siguiente tiene que ser buena, y así es. En la segunda parte, la panza del 6b, coloco la cinta y bajo a reposar, intento chapar dos veces y mi mano derecha empieza a abrirse. Así que a la tercera no tengo más remedio que agarrar la cinta, y superar el paso.
Javi finaliza la vía con un largo de V+ (este sí) hasta la cima del Mallo Melchor Frechín.

Como reflexión final, humildad. Seguro que, como dicen, será una vía de las más fáciles de Riglos pero, bajo nuestro criterio, no todo vale. Quizás acerando se pueda subir por allí con un V+ de máximo (que lo dudo), pero no tengo claro que compense ni como experiencia ni como disfrute. Nosotros valoramos muy bien nuestras posibilidades, asumiendo el compromiso de tener que ser totalmente autónomos para salir por arriba, principalmente porque no tenemos a nadie que nos lleve de paseo y nos pueda sacar de un posible berenjenal.
La hemos disfrutado mucho, pero somos conscientes de nuestras limitaciones, y de que si queremos hacer alguna mítica, debemos aceptar el progreso, como siempre lo hemos hecho, poco a poco. Y disfrutar del camino. Y ahí seguimos, Y lo que tenga que llegar, llegará.
Nos leemos en la próxima, hasta entonces ya sabéis: Humildad, y pura vida.
David.


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