Cuando la monotonía del estudio te absorbe, es fácil olvidar que hay cosas muchísimo más importantes que un examen. Es sorprendentemente sencillo perder el norte, obnubilarte, cegarte. Quizás, incluso obsesionarte. A veces distingues bien esa línea, y otras no tanto. La suerte es tener gente que te recuerde lo esencial: furgoneta, montaña, esquí y nieve.
De esta última la cosa va escasa, porque el anticiclón está agarrado como una garrapata. A pesar de ello, Ari y yo decidimos viajar al Refugio de Linza, para volver a respirar aire limpio.
Nuestra idea es clara: esquiaremos lo que se pueda, sino, andando y con crampones, hasta el punto más alto de una cima a la que le tengo muchas ganas. Más por una zona desconocida para mí (y para nosotros), que por la esquiada en sí.
Comenzamos a las 11 desde el refugio, cerrando el «grupo». Nos gusta ser vagón de cola. Ña… la verdad es que Linza está lejos de casa, y confiamos en que la ruta sea sencilla, como así fue.
Quedan escasas lenguas de nieve en las inmediaciones de Linza, orientadas al sur, y no es hasta los 1.700 metros de altura que conseguimos encontrar continuidad para poder calzar esquís.

Alcanzado el collado de Linza (1.937m), nos dejamos caer al llano y, foqueando por fondo del valle, enfilamos sin pérdida el camino hacia el norte con la cima del Petrechema visible.
A cien metros del punto más alto decidimos pasar a crampones, puesto que el viento ha hecho de las suyas, dejando la fácil arista final llena de hielo y roca.
Una vez en la cumbre, contemplamos las Agujas Ansabére; y es que, Petrechema en realidad no es más que la antecima de estas afiladas paredes que te obligan a escalar para alcanzar su cima. Por nuestra parte, hemos tenido suficiente, y emprendemos el camino de vuelta.

Nieve algo dura pero segura hasta el collado y transformada hasta los 1.700 metros, hacen que podamos disfrutar del esquí como uno de los grandes regalos del día.
Estamos solos. A lo lejos vemos los excursionistas que también habían recorrido el mismo itinerario que nosotros. Las nubes grises dejan una grieta de luz en el horizonte. El sol hace su juego de luces del invierno. No hace nada de frío. No se escucha más que el sonido de nuestro descenso. Sólo importa el aquí y ahora.
Estudia como si fuera lo más importante. Pero sé muy consciente de que no lo es.
Nos leemos en la próxima.
Hasta entonces ya sabéis: Brújula, y pura vida.
David


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