Currucuclillo (230m/6a+) || Mallo Frechín – Riglos

“En un agujero, un murciélago duerme con las alas desplegadas. Yo también duermo colgada de mi hamaca; tres clavos sustituyen las patitas y un nailon sus alas.

Me vine a un planeta de extraplomos imposibles, donde los humanoides duermen como murciélagos. ¿pero quién duerme boca abajo?

¿Será él o seré yo?”

Todavía no tengo claro, como le pasaba a Miriam García Pascual en su libro «Bájame una estrella», quién vive al revés. Y bien es cierto que vuelvo una y otra vez al planeta de los extraplomos imposibles.

En nuestro caso, tenemos la grandísima suerte de tener ese planeta extraplomado en el que poder sentir el vacío aún estando atado a una cuerda: Riglos.

En nuestro caso también, intentamos buscar lo que menos extraploma, porque Riglos siempre será para mayores. Siempre exige esa combinación de destrezas necesaria (técnicas, físicas y psicológicas) para subirte por su particular conglomerado y, como si de una escuela se tratase, te manda una lección a la mínima que te confías.

Luiggi acaba de formarse en escalada de largos, así que buscamos una vía para poder apretar y disfrutar sin pasar demasiado miedo (bastante relativo esto último). Como siempre procuro no repetir, pues hay demasiados caminos como para recorrer siempre el mismo, nos decantamos por la Currucuclillo, a la izquierda de Jose Antonio Sanz, y a la derecha de Negro sobre Rosa.

Comienzo L1 por unos metros sencillos hasta una panza que marca la dificultad del largo (6a+) y la tónica de lo que será toda la vía: línea zigzagueante que va buscando, con numerosas travesías y panzas, la parte «débil» de la pared. Resuelvo el paso con una colgada buena para no olvidar que seguimos siendo malos pero nos lo pasamos igual de bien o mejor que los buenos.

Luiggi abre el siguiente (L2, 6a+), aunque a nosotros nos pareció el más sencillo de todos, y comparando con las panzas que vendrían después, nada tenía que ver.

En L3, y tras una travesía de esas de tragar saliva varias veces, me planto en otra panza con resultado similar al L1. Unos bloqueos y una salida a un plano que a mi me pareció, por lo menos, 6a+/b de «buenopaotrodía».

Tras L4 y L5 muy similares a lo anterior, nos alcanza la cordada de detrás. Resulta ser Lorenzo, guía con el que realicé el curso de largos y que me hace especial ilusión ver. Cada R es momento para ir charlando.

En la guía, L6 marca «V, alejillos». Y todo el mundo sabe que cuando pasa eso suele indicar que vas a pillar. Lo principal en estos largos es respirar profundo, mantener la calma y escalar seguro y tranquilo (como si os hubiera dicho algo nuevo e inteligente ¿verdad?). Un sobresaliente para Luiggi que lo encadena con mucha templanza y buen hacer.

La guinda del pastel está en el penúltimo largo (L8, 6a+). 35 metros de bolos gigantescos que nos piden salir rápido de ahí por dos motivos: el primero, porque como te pases mucho rato seleccionando qué mano te gusta más, tu antebrazo pasa a la fase conocida como «elefantiosis«. Y segundo, porque comenzaba a chispear.

En la cima, recogemos el material y tomamos el camino de bajada, satisfechos porque, aunque Riglos siempre será para mayores, de vez en cuando nosotros, niños risueños, conseguimos recopilar esa combinación de destrezas para poder subir por sus muros.

Nos leemos en la próxima, hasta entonces ya sabéis: destrezas, y pura vida.

David.

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