Pico Aspe || Valle de Aísa

Los refugios a los que llamamos están al completo. En este fin de semana, puente para muchos, los refugios se han convertido en un hotel donde alojarse es misión imposible. Toca cambio de planes y adaptarse a la situación, una vez más.

Tras un sábado de escalada en roca, Ari y yo aparcamos a unos dos kilómetros y medio de la valla que corta la carretera para adentrarnos en el valle. El 90% (por inventarme un porcentaje) de los que estábamos allí, teníamos intención de ascender el pico Aspe.

Estas semanas de sol y altas temperaturas han hecho que la nieve en las caras sures se vaya a marchas forzadas y, aunque foqueamos hasta el río del barranco Igüer, se observan calvas que van a hacernos descalzar dos veces (brevemente, tranquilos/as) hasta alcanzar los 1700 metros de altura. Desde aquí, nieve continua hasta el embudo (escaso), y a la cima.

Embudo

Ponemos cuchillas, y ascendemos por la huella marcada de los numerosos esquiadores que van por delante de nosotros, y que luego nos adelantarán. Nunca he considerado que los deportes aeróbicos fueran mi fuerte, pero hacer más de 1300 metros de desnivel me suponen un esfuerzo donde otros parecen ir de paseo. Yo le seguiré echando la culpa a mis pesadas botas mientras me repito por dentro la gran verdad: «No es el arco ni la flecha, es el indio.» Qué malos somos y que bien nos lo pasamos.

Entre un calor y sol agobiantes alcanzamos a 2200 metros un collado próximo a unas paredes verticales, desde el cual, por pendientes suaves, nos llevarán a la pala final donde dejar el material para subir a la cumbre (2550 m). Valoramos poner crampones y subir los escasos metros que nos quedan, pero la nieve pinta increíble y, como siempre nos pasa, tenemos demasiadas ganas de esquiar.

El descenso, a nivel de disfrute, es espectacular. Esquiamos sobre terreno kárstico, es decir, lleno de agujeros que quedan cubiertos por la nieve pero que impresionan, más aún cuando sabes lo que hay debajo cuando el manto blanco no está (tras la escalada de la Arista de los Murciélagos). Son 1200 metros de desnivel continuado en el que apenas descalzamos una vez porque la nieve que cubría la roca en el embudo ha desaparecido.

Apurando las lenguas que quedan en la parte derecha según bajamos, alcanzamos el llano y con pequeñas remadas llegamos a la pista y, de nuevo la valla, y el coche.

Hacía tiempo que no nos metíamos una buena calcetinada y durante el viaje, y cruzando dedos para evitar el atasco de los pisteros (sin acritud), reflexionamos:

A nivel de esquí, el descenso del Aspe es brutal. Directo, palas mantenidas y amplias, y asciende a un clásico de la zona. A nivel de montaña y paisajístico, seguimos teniendo otras zonas favoritas y mucho más atractivas (bajo nuestro humilde criterio) donde movernos.

Aun así, ruta imprescindible para cualquier esquiador de montaña. No tardéis mucho que la nieve vuela.

Nos leemos en la próxima, hasta entonces ya sabéis: esfuerzo, y pura vida.

David.

Vertiente de Candanchú
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