Directa al Mallo La Mora (6b+) || Peña Rueba

A veces pienso que me van a aborrecer. Intento contener mi efusividad pero no acostumbra a salirme demasiado bien. Me siento como un niño cuando insiste en que le mires porque va a hacer una voltereta, y no va a parar hasta que le pongas el ojo encima. Algo así me pasa con la montaña. A veces, también, mi círculo cercano me pide un descanso y yo pongo cara de aceptación mientras por dentro estoy pensando quién me querrá acompañar en la siguiente salida.

Es curioso, porque en ocasiones en las que estoy muy saturado y cansado puedo llegar a tener esa sensación de «alejarme» de la montaña, pero al día siguiente me doy cuenta de que ha sido un espejismo (muy real, por cierto).

Hace tiempo pensé que debería controlarme, pero de nuevo recapacito y asumo, feliz y orgulloso, que soy un maldito apasionado y motivado. E intentaré arrastrar a cualquiera que esté cerca de mí para que sienta, aunque sea, una décima parte de lo que yo siento aquí, colgado de un hilo.

No tengo ni idea de lo que hacemos aquí, de cúal es el sentido de la vida, ni a qué huelen las nubes. Supongo que la ignorancia y la indiferencia van de la mano en este aspecto. Pero de algo sí estoy seguro: La vida tiene que tener experiencias en las que quepan todo tipo de emociones. También las malas. Las de pasar miedo. Y agotamiento. Porque esto te permitirá apreciar las «buenas» con mayor claridad y serenidad. Este camino elegido tiene mucho de eso. Y se acerca a lo que para mí es aventura.

Sin demorarnos demasiado, el viernes a la tarde Luiggi y yo partimos dirección Riglos para cerrar la semana laboral como se merece: escalando.

La vía en cuestión es Exea, del grupo Sendero Límite, en la cara oeste del mallo Colorado. Como tampoco nos sobra tiempo de luz, empalmo los dos primeros largos en una tirada de cincuenta metros que van ganando verticalidad según progresas, hasta alcanzar una sabina en un nicho.

La salida del siguiente largo está reseñado como artificial, pero le vimos algo de color si estás dispuesto a perder tiempo en mirarlo y ensayarlo. Un buen acero nos saca del paso, para escalar L3 graduado de 6a.

Van cayendo los metros mientras disfrutamos de las vistas de La Visera, hasta plantarnos debajo de L6, el largo más duro de la vía. Comienza a levantarse un viento huracanado (que nos acompañará todas las tardes/noches del fin de semana), y no invita demasiado a querer forzar. Está reseñado como 6c. La realidad es que supero el largo utilizando la técnica de invertida a la cinta, bicicleta y a por la siguiente liana. Ni busco los cantos.

El rapel se hace costoso por el viento, pero no todo va a ser sol y comodidad. Tenemos que cenar al cobijo de la furgo mientras miramos con esperanza la meteorología.

Un nuevo amanecer. El plan inicial era claro, subir a Ansó a escalar por primera vez en sus paredes. Tengo muchas ganas, pero el tiempo es incierto. Pienso que puede haber una ventana hasta la tarde, así que decidimos intentarlo. La mayoría de las veces me sale bien y acierto, pero esta vez no iba a sonar la flauta. Dirección Zuriza, comienza a chispear y el día está muy desapacible. Hace frío.

Desayunamos al lado del río, entre paredes verticales de una apariencia brutal; ambiente pirenaico. Otra vez será. Espero que no las muevan de allí. Deshacemos el camino recorrido y nos volvemos a plantar en Riglos, en busca de algo bueno, bonito y barato: La vía del bolo, al mallo Cored.

La tenía escalada hace años, pero no encadenada. No es gran cosa, pero me hacía especial ilusión comprobar la mejora de las horas invertidas en este maravilloso deporte.

Disfrutamos mucho de sus metros, aunque la anécdota del día queda en la «jabalinada» para llegar a pie de vía, y la «salvajada» para descender por la canal de vuelta a la furgo.

Para el domingo, buscamos algo que nos haga forzar un poco más la cabeza. Iba con la mentalidad de otro tipo de escalada, pero el tiempo nos hizo buscar un plan B. Así que dimos con una vía en Peña Rueba, abierta por Ignacio Cinto, con los pasos difíciles bien asegurados, y alegría en los seguros cuando la exigencia decrece: Directa al Mallo La Mora.

L1 (6a) con una entrada a bloque que te calienta rápido, aunque para mí el paso está inmediatamente después. Una panza con un movimiento muy largo en el cual me tengo que parar a mirar. Lo estudio y lo resuelvo desviándome un poco a la izquierda para coger manos intermedias y llegar al canto salvador. Hay que ir decidido para encadenarlo a la primera. Treinta y cinco metros después monto la R en un parabolt y un puente de roca. Varios puentes de roca y algún parabolt protegen el largo. Es lo que estaba buscando: tener que escalar concentrado, pensando en la seguridad y la correcta toma de decisiones cuando los seguros no son tan evidentes como estoy acostumbrado.

L2 para Luiggi. Cincuenta y cinco metros tumbados en busca de una sabina, protegidos por un parabolt y algún cordino que te apetezca chapar. A pesar de llevar cuatro días en tapia, Luiggi muestra una templanza en este tipo de escaladas que no todo el mundo es capaz de conseguir. Lo resuelve montando la R en una sabina.

Abro L3 (V+) saliendo de la reunión sin ver el primer seguro, pero confiando que esté. A partir de ahí, continúa una preciosa tirada de cuarenta y cinco metros que mueren debajo de otra sabina. Quedan los largos más duros.

L4 (6b). Pequeña panza con tendencia hacia la derecha para superar una zona plaquera bajo la protección del Diedro Royo. Un paso fino ahí, seguido de una travesía desplomada hacia la derecha, pero con manos generosas, hacen que los dos disfrutemos como enanos.

L5 (6b+). La guinda del pastel. Cuarenta metros mantenidos que te van ablandando hasta darte el golpe final. Comienzo en una especie de diedro para plantarme debajo de dos panzas, cada cual más exagerada. Supero la primera lo más rápido posible para encarar con garantías la segunda. Fallo en la visualización y no veo el canto de la izquierda, así que grito las palabras mágicas. Tras estudiarlo, lo supero y continúo, pensando, iluso de mí, que lo difícil estaba hecho. Una tercera panza, mucho menos desplomada pero con escasos agarres, me hacen el nocaut, y mi pila hace tiempo que perdió la cuenta atrás del árbitro. Aseguro a Luiggi, que lo encadena en un derroche de fuerza y decisión.

La magia termina con L6 (V+). Largo a tope de cuerda en el que no puedes bajar la guardia, sobre todo en el primer muro a superar. Después, roca descompuesta hasta la cima del mallo La Mora, a la que tantas veces he subido ya.

Desde mi humilde opinión (en negrita y subrayado), excepto L4 (6b), creo que todos los largos pueden tener medio grado más de dificultad, más si los comparamos con sus vías vecinas y la tónica a la que acostumbra Peña Rueba. Pero, como siempre digo, hay que valorar (y si los conoces, mejor), quien ha abierto la vía, en qué año, en qué pared, y qué referencias de otra gente tienes de la misma. Y, a partir de ahí, respetar el estilo de cada aperturista, pues de ellos es el ingenio, el valor, la experiencia, y el trabajo invertido.

Conseguí engañar a mis ansias. Y, mientras espero paciente la siguiente oportunidad, me pongo los dientes largos leyendo sobre grandes paredes.

Nos leemos en la próxima, hasta entonces ya sabéis: energía, y pura vida.

David.

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